sábado, 4 de octubre de 2008

4.1. El texto dialógico.

1. Definición.

Entendemos por diálogo el discurso compartido de dos o más hablantes.

Existen dos tipos: el diálogo oral (lenguaje vivo) y el diálogo escrito (lenguaje referido). El primero, el propio de la comunicación directa entre un yo y un , lo hemos estudiado ya al hablar, por ejemplo, de la conversación. Por su parte, el diálogo escrito trata de reproducir con limitaciones un diálogo oral, pues pierde la presencia física de los interlocutores, las inflexiones de su voz, la entonación, los gestos, las miradas, los diversos movimientos.


2. Usos.

El diálogo protagoniza o se integra en diferentes discursos, como el relato informativo periodístico, la entrevista, la encuesta, el diálogo filosófico, el ensayo, la historia, la biografía y, sobre todo, el discurso narrativo.

En el lenguaje periodístico recoge la voz de los “personajes” de la historia. En la encuesta y la entrevista, como ya sabemos, igual que en la tertulia, el diálogo se enriquece con juegos de preguntas y respuestas predeterminados, según la pericia y experiencia previa del entrevistador y del entrevistado. En el lenguaje literario el diálogo constituye un elemento imprescindible para la caracterización de los personajes, pues son ellos los que descubren, al hablar, distintas facetas de su personalidad, así como su actitud ante los hechos y la intención que los mueve. Por lo general, el autor pone en boca de sus personajes el habla que corresponde a su edad, educación, grupo social, cultura e ideología, quedando así caracterizados por el lenguaje que usan. Además, el diálogo suele reproducir la espontaneidad y viveza del lenguaje oral, dotando de realismo ambientes y situaciones. Por su parte, la obra dramática se apoya exclusivamente en el diálogo de los personajes, puesto que en ella no interviene el narrador. Asimismo, el diálogo dramático recibe ayuda de las acotaciones (indicaciones orientativas sobre la actuación de los personajes) y puede incluir monólogos (lectura de cartas, reflexiones en voz alta...) y apartes (palabras de un personaje que no escuchan los personajes, pero sí el espectador).


3. Formas de representación del diálogo.

Existen varios procedimientos de inserción del diálogo: el estilo directo o cita textual, el estilo indirecto, el estilo indirecto libre… Veamos qué marcas lingüísticas los caracterizan, utilizando ejemplos de El camino de Miguel Delibes.

El estilo directo reproduce exactamente las palabras que otra persona pronunció en algún momento. Puede hacerlo de los dos modos que comentamos seguidamente.

a) Recoge las palabras dichas, introducidas por un verbo dicendi (hablar, decir, pronunciar, preguntar, corregir, responder, contestar, alegar...), con mayúscula inicial, después de dos puntos y entrecomilladas:

“Por encima de todo, Andrés, el zapatero, era un filósofo. Si le decían: «Andrés, pero no tienes bastante con diez hijos que aún buscas la compañía de los pájaros», respondía: «Los pájaros no me dejan oír a los chicos».”


b) Reproduce las palabras pronunciadas, en renglón aparte, sin comillas, entre rayas de diálogo, que señalan con su aparición a la izquierda del renglón la intervención de cada interlocutor:

“Quino, el Manco, decía en ese momento a la Mariuca:

—Esa Josefa es una burra.

—Era...—corrigió el juez.

Por eso supieron la Mariuca y Quino, el Manco, que la Josefa se había matado.” 


El historiador, biógrafo, periodista o narrador no siempre reproducen el diálogo “en directo”, fotográfica y magnetofónicamente, sino que pueden referirse a él al tiempo que dan noticia de las circunstancias de la situación, la acción y los personajes. De esta manera se reconstruye la escena “para los ojos” del lector:


“—No es por eso—atajó, con aire de suficiencia absoluta—. Yo sé por lo que es. Las señoritillas se dan cremas y pontigues por las noches, que borran las arrugas.

Le miraron los otros dos embobados.

—Y aún sé más.—Se suavizó la voz y Roque y Daniel se aproximaron a él invitados por su misterioso aire de confidencia—. ¿Sabéis por qué a la Mica no se le arruga el pellejo y lo conserva suave y fresco como si fuera una niña?— dijo.”


Las marcas lingüísticas del estilo directo son fundamentalmente las propias del lenguaje oral:

-formas verbales del presente, pretérito perfecto compuesto y futuro (se dan, borran, sabéis, no tienes bastante, buscas, no (me) dejan, es);

-deícticos personales y de situación ( no me dejan, Esa por Josefa);

-estructuras exclamativas e interrogativas, propias del lenguaje conversacional (¿Sabéis...una niña?, ¿pero no tienes...pájaros?);

-funciones propias de la comunicación entre el hablante y el oyente, como el vocativo y la interjección (Andrés...).


Se considera estilo indirecto a la inclusión de una forma de diálogo –o voz de una persona o personaje- en el discurso del narrador, introducida generalmente por las conjunciones que o si o proposiciones interrogativas indirectas:

“Los antiguos amigos de Gerardo le preguntaron cómo se había casado con una mujer rubia y que casi no sabía hablar, siendo él un hombre de importancia y posición como, a no dudar, lo era. El Indiano sonrió sin aspavientos y les dijo que las mujeres rubias se cotizaban mucho en América y que su mujer sí que sabía hablar, lo que ocurría era que hablaba en inglés porque era yanqui.”

En el estilo indirecto libre el narrador toma la palabra desde fuera, acercándose al personaje que está pensando, o hablando consigo mismo, y, pendiente de un “pensó que” (elíptico), desarrolla el pensamiento de ese personaje, “narrativizándolo”, es decir, insertándolo en las formas verbales del discurso narrativo (especialmente, el pretérito imperfecto de indicativo, durativo-descriptivo, tan corriente en la narración); de modo que caracteriza al personaje “desde el interior” del personaje mismo:

“A los pies de la cama tenía su traje nuevo, recién planchado, y una camisa blanca, escrupulosamente lavada, que todavía olía a añil y a jabón. No. [Pensó que] La vida no era triste. Ahora, acodado en la ventana, podía comprobarlo. No era triste, aunque media hora después tuviera que cantar “Pastora Divina” desde el coro de las “voces puras”. No lo era, por más que a la salida las “voces impuras” les llamasen niñas y maricas.

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